-Por Belén Municio-

Recientemente los delfines aprovechaban el confinamiento para pasearse y curiosear por los puertos del Mediterráneo. A las puertas del verano atentos a la señal de bajada de bandera, cientos de miles de humanos se disponen toalla al hombro al asalto de las aguas.

Los titulares nos alertan de que los primeros aviones cargados de turistas europeos llegan a Palma. El hogar de Poseidón tras tres meses de obligada calma será usurpado, y a los nuevos propietarios les recordamos que habrán de tener la responsabilidad de cuidar y querer nuestro regado hogar.

El mar entre las tierras, escenario de intercambio cultural y comercial de multitud de pueblos y razas, espectador de la muerte de Ícaro y de las tentaciones de Ulises, el Mare Nostrum, ahora sufre.

El Mediterráneo es el mar de los récords, si bien es el mar cerrado más profundo del mundo, y ocupando menos del 1% de la superficie oceánica de la tierra, posee más del 17% de la biodiversidad marina del planeta con sus más de 17.000 especies, lamentablemente ostenta el triste récord de ser el mar más contaminado del planeta.

Se estima que España arroja 126 toneladas de plásticos al día, colocándose como el segundo país que más plásticos vierte al Mediterráneo, detrás de Turquía.

Mientras el 16 de noviembre de 2010, en la UNESCO la dieta mediterránea se declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, los atunes, peces espada, las tortugas, la foca monje, incluso aves marinas, ostras y mejillones …. ingieren plásticos que inevitablemente les conducen a la muerte.

Quizá no es casualidad que la planta autóctona del Mediterráneo fuera bautizada con nombre de diosa, la posidonia, protectora de sus calmas aguas y autora de ese mar transparente de profundo azul. La posidonia ahora también se encuentra en grave peligro de desaparición. La acción humana, el fondeo de las numerosas embarcaciones, el cambio climático amenaza esos especiales bosques marinos, y sin ellos las aguas se irán enturbiando, desaparecerá arena de las playas y los peces…

Dicen algunos estudios que la simple contemplación del mar nos produce calma, y que el color, el movimiento y la extensión del mar ejercen un efecto de descanso sobre el cerebro y todo el sistema nervioso.

Transformemos esa calma en generosidad. Hoy una amenaza más le achecha, imágenes de mascarillas amedusadas o guantes flotando están encontrando su acomodo junto a los atunes rojos. La gran paradoja: lo que nos está protegiendo destruye vida.

¡Oh Poseidón! te invocamos para que nos concedas el don de los delfines y que las palabras y acciones se conviertan en ondas de cuidados, respeto y conciencia en las gentes que olvidaron que somos una pieza más del puzzle de la naturaleza, que nuestra supervivencia nos la jugamos a la carta de ejercer lo que nos define, humanidad, en el amplio sentido de la palabra.